¿Cuál es la reacción general que muestra la gente ante la
aparición de un extraño en la noche? ¿Qué sentimientos produce la visión de un
mendigo, la de un borracho o la de un pobre tirado en medio de la calle
pidiendo limosna?
Todas las ideas buenas y solidarias que hemos aprendido a
recitar desde pequeños no sirven de nada a la hora de actuar. Y es que, la
realidad se traduce en que la mayoría de nosotros respondemos ante estas
situaciones con una indiferencia absoluta, o peor todavía, con rechazo y
hostilidad.
Creo que la causa principal de esta conducta proviene de un
pensamiento fugaz que cruza por nuestro cerebro durante unos segundos. Es un
juicio rápido que realizamos con tan sólo mirar al individuo y en el cual
terminamos llegando siempre a la misma conclusión: “Este sujeto no ha hecho
nada para merecerse mi dinero, si se lo doy será un desperdicio y probablemente
se lo gaste para sus asquerosos vicios”.
Lo pensado puede ser tanto cierto como falso, lo único
seguro al cien por cien es que si decidimos de antemano la personalidad de
quien tenemos delante, estamos cometiendo una injusticia. No obstante, en este artículo quiero centrarme
en aquellos necesitados que aportan una habilidad destinada al divertimento.
Músicos ambulantes, titiriteros, mimos, hombres estatua,
recitadores, todos ellos son personas que intentan vivir mostrando el arte
oculto que guardan sin provocar ningún tipo de molestia, y además ofreciendo
algo al público. A este grupo no se le puede señalar tan fácilmente con el dedo
ni hacerles reproches ¿Por qué?
Si se analiza detenidamente la diferencia entre un sin techo
y un músico callejero bien puede ser sólo la guitarra, la del hombre estatua su
disfraz y la del titiritero sus marionetas.
Esta pequeña línea separa completamente dos clases diferenciadas como si de estamentos se
tratara y causa una perspectiva mucho más pulcra y admisible ¿Por qué?
La respuesta más cruel y sensata que se me ha presentado
ante estas reacciones se remonta a los albores de la Edad Media, cuando los
reyes o nobles requerían una diversión que les evadiera y llamaban al
lamentable bufón. La respuesta es simple, no es otra que el ocio, coloca a una
persona horrible, violenta y detestable un disfraz de payaso que cause simpatía
a la gente y no verán a la persona que hay detrás de ese maquillaje, de esa
máscara.
Hay que “mirar” a las personas y dejar la superficialidad a
un lado ya sean pobres, ricos, punkis, góticos o de cualquier grupo urbano.
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