viernes, 8 de noviembre de 2013

Tradiciones lejanas, tradiciones compradas





España solía ser un país religioso de tradiciones fuertemente enraizadas donde la cultura poseía una identidad característica. Ahora, cada día que pasa vamos perdiendo poco a poco los lazos con nuestros antecesores, lo cual provoca un nuevo contexto social. Nos movemos en otros hábitos y nos manejamos con distintos códigos, el distanciamiento es sin lugar a dudas obvio. Un español del siglo XXI difícilmente podría entenderse con uno del siglo XIX.

Este proceso tiene un claro responsable en el fenómeno de la globalización y en el sistema capitalista. Actualmente, los estados están más unidos que nunca, comparten información, negocian entre ellos y hasta tienen un enemigo común a batir, la crisis. Cuando uno es consciente de todo lo que pasa en otro país, es inevitable que las culturas se vayan mezclando unas con otras. Las películas y las series son vías que nos acercan la cultura americana, Hollywood actúa como una inmensa antena parabólica que emite constantes productos que difunden el american way of life. 

Los contenidos son asimilados rápidamente porque gustan, no nos engañemos, al igual que la telebasura, forman parte ya de nuestra vida y esto no tiene por qué ser necesariamente malo. El Halloween que celebramos no es un invento yanqui como la mayoría de la gente cree, de hecho se basa en una tradición pagana antigua que ya celebraban los celtas. Sin embargo, esa tradición original se ha perdido y se ha visto modificada, esta vez sí, por nuestros amigos estadounidenses. 

Que una tradición se adecúe a cada país tiene su lógica, cada nación tiene una historia detrás que le ha permitido forjar su carácter, por así decirlo. El problema se produce cuando son las multinacionales las que se encuentran detrás de estas fiestas retocadas. Las modas y las celebraciones consumistas como el Halloween, el día de San Valentín o la Navidad son una mina de oro para marcas y cadenas poderosas como El Corte Inglés.


Nótese que el punto de partida de todas estas fiestas mencionadas tiene un origen religioso o espiritual. Estamos hablando de un asunto muy grave, la corrupción y explotación de cultos con fines económicos, la compra y venta de nuestras almas. En el momento en que se frivolizan las creencias, las tradiciones comienzan a perder su sentido y son sustituidas en un abrir y cerrar de ojos por necesidades materiales, por añadidos superfluos.

¿Significa esto que toda tradición debe ser conservada para un bien mayor? Rotundamente no. Tampoco debemos caer en la aceptación de cualquier fiesta o celebración sin preguntarnos cuál es su sentido y si es oportuna realizarla en los tiempos que corren. Hay costumbres y ritos perversos, primitivos, que ya no tienen cabida en el siglo XXI, esencialmente por su brutalidad y fanatismo. De este modo, los sacrificios humanos y la mayoría de los ritos iniciáticos se han visto abolidos en las sociedades avanzadas.

Precisamente el avance trae consigo un factor determinante en el desvanecimiento de las tradiciones, la ciencia. Los grupos humanos más civilizados han alcanzado un saber y un conocimiento gracias a los descubrimientos científicos y a la razón. Ahora sabemos mejor cómo funciona nuestro mundo, tenemos más respuestas que han reducido bastante el margen de lo desconocido. 

Al tener más explicaciones y menos preguntas, muchos mitos y creencias han sido desbancados, el misticismo ha sido sustituido por la más pura lógica, por un método deductivo creíble y eficaz. También hay que tener en cuenta que el espíritu del folklore suele ir ligado a sentimientos nacionalistas, los ciudadanos se sentían unidos, formaban parte de un todo y cumplían un objetivo común. 

Las disputas políticas y el alienamiento de las masas han truncado definitivamente la posibilidad de mantener intactas muchas de nuestras tradiciones, que han sobrevivido a duras penas en regiones rurales, dependiendo de la transmisión oral y escrita,

como es el caso del Ritual de las ánimas, celebrado en algunos lugares de Tajuelo, Zamora, Alicante o en el municipio madrileño de El Molar.

Sin embargo, tal vez el ejemplo más divertido, genuino y antiguo sea el Halloween gallego, la fiesta de Samaín, que ha recuperado con éxito las raíces celtas celebrando de nuevo rituales mágicos, contando historias de terror y disfrazándose para ahuyentar a los malos espíritus, y no para pedir dulces.